Título: “Occitanismo y Catalanismo: elementos para una comparación con
especial referencia al Provenzal y al Valenciano”.
Autor: Philippe
Blanchet
Detalles: Ponencia del II
Congrés de Llengua Valenciana. Valencia, Noviembre 2003.
Nota: Copyright del
autor y del II Congrés de Llengua Valenciana.
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Occitanismo
y Catalanismo: Elementos para una comparación con especial referencia al
Provenzal y al Valenciano
por Philippe Blanchet
Profesor de Sociolingüística,
Universidad de Rennes 2, Alta Bretaña, Francia
Director del Centre
de Recherche sur la Diversité Linguistique de la Francophonie
(EA ERELLIF 3207)
Tanto el Provenzal como el Valenciano (entre otros casos) se
enfrentan a un proceso similar algo sorprendente de que puedan convertirse
en “dialectos” de otras así llamadas “lenguas minoritarias”. El
Valenciano, el tema principal de este congreso, tiene que hacer frente a
la presión del Castellano dentro de un sistema disglósico usual (“una
lengua vehicular estatal versus una vernácula local”) y a la presión
del Catalán, un vecino muy poderoso. El Provenzal tiene que hacer frente
a la presión del Francés y del Occitano (un vecino ligeramente menos
poderoso). Todas las lenguas implicadas en estos complejos procesos son
romances y, por tanto, bastante próximas entre sí desde un punto de
vista tipológico puro.
El Valenciano satisface los criterios sociolingüísticos
(incluyendo los sociopolíticos) para ser considerado como una lengua
distinta (y no como variedad del Catalán). Una prueba notable de esto es
el hecho de que así ha sido reconocido oficial y democráticamente por la
Comunidad Valenciana en 1982 y 1983, dentro del marco de la Constitución
Española de 1978. No obstante, algunas personas y organismos procedentes
de diversos campos siguen insistiendo en afirmar que es Catalán, por
diversas razones bien conocidas y refutables. No profundizaré más en
este asunto que ya ha sido estudiado con precisión por los especialistas
del Valenciano.
El Provenzal satisface los criterios sociolingüísticos
(incluyendo los sociopolíticos) para ser considerado como una lengua
distinta (y no como variedad del Occitano). Una prueba notable de esto es
el hecho de que así ha sido reconocido oficial y democráticamente por el
Consejo Regional de Provenza el 17 de octubre de 2003 (véase el documento
en el anexo), tras unos decenios de un debate creciente contra la
posibilidad de que fuera considerado una variedad del Occitano y dentro
del reciente contexto de la aceptación moderada de las lenguas regionales
en la República Francesa. No obstante, algunas personas y organismos
procedentes de diversos campos siguen insistiendo en afirmar que es
Occitano, por diversas razones poco conocidas y también refutables. No
profundizaré más en este asunto que ya he estudiado con precisión y
presentado hace dos años a los especialistas del Valenciano (en el 1er
Seminario Internacional sobre Lenguas Menos Usadas que
tuvo lugar en la Ciudad de Valencia, organizado por la Real Academia de
Cultura Valenciana en 2002, véase Blanchet 2003).
Mi propósito en esta
comunicación es presentar datos y un análisis de la estrategia de un
movimiento llamado “occitanismo”, que ha tratado de imponer su visión
unificadora de las lenguas romances habladas en el sur de Francia. Su
comparación con el movimiento catalanista (con el que está relacionado)
nos podría ayudar a comprender la forma en que se desarrollan este tipo
de movimientos y la manera en que deberían ser tenidos en cuenta por las
políticas lingüísticas. El objetivo de mi análisis es tanto teórico
como práctico. Tengo que precisar claramente que esta comparación sólo
es significativa en cuanto a las similitudes, porque también hay
diferencias importantes entre las dos situaciones.
Orígenes y contexto de la competencia Occitano
(singular) versus Lenguas de Oc (plural)
La situación sociolingüística de las variedades de Romance
habladas en la mayoría de las partes del sur de Francia (i.e., dentro de
sus fronteras actuales) ha sido observada y comentada predominantemente
desde un punto de vista particular político y teórico durante los últimos
decenios: el occitanista, que las presenta como una lengua unificada
llamada Occitano. Sin embargo, las variedades con las que
trataremos de ahora en adelante, que se extienden desde Gasconia hasta
Provenza, desde Lemosín y Auvernia al Languedoc, se han conocido e
identificado con diversos nombres y clasificaciones a lo largo de los
siglos: Provenzal, Lengua de Oc, Occitano son las globales más
conocidas, pero Lemosín o Galo-romance del sur también se
han utilizado en contextos históricos más específicos, y los nombres más
locales tales como Gascón, Bearnés, Rouergat, Auvergnat, Nissart,
y hasta incluso Patois han
sido siempre los utilizados con más frecuencia –y a veces los únicos-
por los propios hablantes. Ha habido una excepción muy debatida para las
variedades del Rosellón (alrededor de Perpignan) y el resto del dominio
catalán, que ahora se considera definitivamente que constituye una lengua
distinta bien definida conocida como Catalán.
Desde la Edad Media hasta el siglo XIX, estas variedades han sido
citadas fundamentalmente por filólogos bajo la forma del “Antiguo
Provenzal” de los
viejos trovadores. Desde el
siglo XVI en adelante, diversos observadores también notaron, aquí y allá,
estas variedades como los “dialectos” locales (e incluso “patois”)
habladas por la mayor parte de las secciones de la sociedad en las
provincias del sur que gradualmente fueron formando parte del reino de
Francia (véase Brunot 1901: libros 5, 7, 8). En el siglo XIX surgió un
nuevo punto de vista, en primer lugar porque los comparativistas y dialectólogos
se interesaron en descripciones más precisas de estos descendientes del
Latín. Sin embargo, en estas observaciones no había muchas
consideraciones sociolingüísticas.
Fue más tarde, con el surgimiento de los primeros partidarios políticos
de asuntos lingüísticos y el surgimiento de partidarios políticos de
ciertas lenguas, como la imposición del Francés como símbolo de la
unidad nacional a partir de la Revolución de 1789, o el Bretón y el
Provenzal apoyados, en oposición a la política monolingüe francesa, por
intelectuales locales desde mediados del siglo XIX en adelante,
cuando comenzaron a hacerse consideraciones sociales o políticas.
Pero es solamente a partir de los años 1970 cuando comenzaron a
elaborarse estudios rigurosos en Francia, que coincidieron con que la
primera generación de sureños franceses monolingües fuera siendo mayoría,
cuando la situación sociolingüística y los problemas de estas
variedades fueron por fin analizados, referenciados y fueron conocidos
internacionalmente por medio de informes científicos y políticos.
El contexto ideológico de la época en Francia y Europa Occidental
tuvo una profunda influencia en estos acontecimientos. El fin del
colonialismo engendró y promovió la idea de los derechos de los pueblos
a la autodeterminación, junto con la idea de la protección de las minorías.
Ideas más o menos marxistas y liberales de izquierdas (aquí utilizamos
“liberal” en su sentido inglés) estaban en el aire tras la pequeña
“revolución” francesa de 1968. En España, el retorno a la democracia
posibilitó que los nacionalistas catalanes y los sociolingüistas
catalanes organizaran el renacimiento del Catalán tras decenios de
dominación castellana en Cataluña con Franco. Y resulta que el Catalán
es un vecino muy próximo de las variedades que se hablan en el lado francés
de la frontera, alrededor de Toulouse y Montpellier... Desde los años
1950, una evolución gradual y limitada de la autoridad francesa, primero
tolerando y luego “promoviendo” las lenguas regionales de una forma
limitada, creó unas pocas oportunidades para actuar y unos pocos campos
de poder simbólico, incluyendo cargos en las diversas administraciones
(la mayoría en educación). Tuvo lugar una creciente competencia entre
los partidarios de las diversas opciones políticas lingüísticas. El
conflicto era –y sigue siendo- muy difícil en el sur de Francia, debido
a que (i) las diferentes opciones ya habían dividido claramente a los
activistas de diversas regiones bajo la sombra del inevitable provenzal F.
Mistral; (ii) es el conjunto
más grande de zonas lingüísticas “regionales” de Francia (en
espacio, en hablantes, en prestigio, etc.); (iii) la extensión del idioma
funcionaba rápida y dramáticamente, amenazando el uso y supervivencia de
las variedades locales. En semejante contexto histórico, la afiliación a
determinadas ideologías “liberales” políticas de moda podrían
parecerles a algunos de los activistas ser estrategias eficientes –y a
veces coherentes, especialmente cuando eran sinceras. Decir que alguien
era conservador o simplemente no suficientemente exigente
era una estrategia eficiente de exclusión. Además, las recientes
victorias sobre Pétain,
Hitler y Mussolini (y más tarde sobre Franco), y las subsiguientes
oleadas de “caza de brujas” que tuvieron lugar (con mucha gente
mostrando una nueva cara y tratando de que se olvidara su pasado
reciente), la caída gradual de dictaduras comparables en Grecia y
Portugal, todo ello proporcionó a ciertas personas una forma fácil de
derribar a sus competidores: acusarlos de colaboración con los fascistas
también era terriblemente eficiente, aunque fuera absolutamente falso. Se
han librado todas estas batallas, y todas estas estrategias han sido
utilizadas una vez u otra en el campo de la sociolingüística en el sur
de Francia.
El ascenso del Occitanismo –
entre la sociolingüística y la acción política
La historia del Occitanismo (como “el movimiento de
acciones y presiones a favor del Occitano”) ya ha sido descrita
desde diversos puntos de vista (Nelli 1978; Barthès 1987; Jeanjean 1992;
Fourié 1995; Lafont 1997; Abrate 2001), aunque los cadáveres en el
armario, recientemente descubiertos, sólo son conocidos por unos pocos
especialistas (véase más adelante). Esta historia no es el tema de este
volumen. Sin embargo, parece necesario señalar la confusión fundamental
de los estudios sociolingüísticos y las ideas militantes que es característica
de los ampliamente distribuidos y conocidos artículos y libros publicados
sobre el “Occitano” por occitanistas desde los años 1950 (e.g. Lafont
1951 1954 1967 1971 a/b 1973; Bec 1963; Armengaud et Lafont 1979; Kremnitz
1981; Sauzet 1988; Boyer 1991 y 2001...). Este círculo vicioso de
investigación sociolingüística dirigida por ideologías y el activismo
político apoyado por investigaciones fue claramente identificado por
Kremnitz (1988a: 5, 7, 27-28), citando a R. Lafont (1972ª: 19) el mismo:
“Debemos decir claramente, a nosotros y también a otras
personas, que nuestro trabajo está impregnado de una ideología
occitanista: la búsqueda de la existencia de los occitanos como tales”
Esta postura subjetiva fue confirmada por un importante sociolingüista
francés, especialista en la política lingüística corsa y francesa
fuera de los círculos occitanistas, ya en 1979 (Marcellesi 2003: 111,
reimpresión de 1979):
“El hecho de que sólo existe el Occitano, en vez de Auvergnat,
Provenzal, Languedoc, etc. (...) es un elemento de las representaciones
presentes dentro de los grupos sociales que imponen su hegemonía
cultural”
La mayoría de los sociolingüistas y lingüistas occitanistas (Camproux,
Bec, Nelli, Gardy, Giordan, Boyer, Boisgontier, Ravier, Lagarde, Sauzet...)
pertenecen a organizaciones militantes occitanistas, fundamentalmente al Institut
d’Estudis Occitan (e. g. R. Lafont fue presidente del IEO).
La audiencia de la posición occitanista, debido a una estrategia
política eficiente (véase más adelante) y a la ausencia de ningún otro
centro de investigación sociolingüística en el sur de Francia hasta los
años 1980,
fue tan extensa que muchas personas, incluyendo sociolingüistas y minoritólogos
de varios países, utilizaron estos trabajos como las fuentes más
importantes de información y referencia (e. g. Schlieben-Lange 1971;
Kremnitz 1981; Ager 1990). Ellos mismos contribuyeron a la difusión de
estas posturas, de forma que se fueron dando por sentado cada vez más.
Sin embargo, el discurso occitanista produjo más postulados políticos y
teóricos preformativos que las verdaderas observaciones sociolingüísticas,
contribuyendo a ello además la escasez de trabajos de campo que se
realizaban. La propia existencia del “Occitano” como una única lengua
distinta, presentada como un hecho lingüístico en la mayoría de los
casos, con muy poca discusión, en los trabajos occitanistas, siempre ha
sido contradicha por fuentes científicas independientes (e.g. Soutet
1995: 38; Grimes 1996; Francard 200: 9; Wurms 2001....), por lingüistas
del sur de Francia ajenos al círculo occitanista (e. g. Marcellesi 1979 y
2003; Laffite 1996; Blanchet 1992 y 2002a; los colaboradores a partir de
aquí), por diversos lingüistas por lo menos en lo que a Gascon se
refiere (véanse generalidades en Chambon y Greub 2002) por los datos básicos
e incluso por partidarios occitanistas como Kremnitz mismo:
“No parece posible lograr un consenso sobre el sistema ortográfico
ni definir una variedad referencial aceptable (...). Ya que no parece
posible el consenso entre los hablantes de Occitano sobre cuestiones tan
fundamentales como el nombre de la lengua, su dominio geográfico, sus
funciones sociales y comunicativas, no debería esperarse el fin de los
debates” (1988b, 8).
“Obviamente tenemos que admitir que el mismo hecho de
reconocer la existencia de una lengua occitana
reside en un postulado ideológico” (2001:22).
Opciones conceptuales e ideológicas
para el occitanismo
Muy brevemente, el proyecto occitanista reside en las siguientes
opciones:
- Adoptaron la definición
catalanista de disglosia (Aracil 1965; Ninyoles 1969): se considera
que la disglosia es un síntoma del conflicto histórico entre dos
comunidades nacionales que sólo se resolverá por la victoria de una
lengua y una comunidad sobre la otra. Si gana la dominada, el proceso de normalización
hace que el uso de la lengua sea “normal” nuevamente en todas las
situaciones sociales y sea rechazada la dominante anterior; si es la
dominante la que gana, el desplazamiento final de la lengua eliminará a
la dominada (Gardy y Lafont 1981; Boyer 1986 y 1991; véase un buen
estudio en Kremnitz 1998ª: 12-13, 18 y 1987 ). Se rechaza el bilingüismo
(especialmente bajo la forma de una disglosia relativamente estable) y
otras “interlenguas” o “mezclas de códigos” como variedades
regionales del Francés (ahora el más hablado y la marca de identidad más
fiable para el francés del sur), y se le acusa de reforzar la disglosia,
y ayudar consecuentemente a triunfar a la comunidad dominante (de aquí el
concepto de “francitano”)
- Adoptaron el modelo catalanista
de
(i)
afirmación nacional tal como fue desarrollada entre 1850 y
1950,
(ii)
normas lingüísticas (normalización y ortografía
adaptada al occitano) tal como fueron desarrolladas por P. Fabra, y por último,
(iii)
la política lingüística tal como fue desarrollada y
aplicada en España a partir de los años 1970, tras el regreso a la
democracia.
Los
primeros activistas occitanistas, como Perbosc, Estieu y Alibert, trataron
de crear antes de la Segunda Guerra Mundial una “Gran Occitania”
incluyendo Cataluña y haciendo uso de su fuerza: incluso obtuvieron
fondos de los catalanistas para publicar los primeros periódicos
occitanistas (Occitania, Oc) y fundaron la Societat d’Estudis
Occitans que luego se convirtió en el Institut d’Estudis
Occitans según el modelo del Institut d’Estudis Catalans (Giordan
1983; véase un resumen en Barthès 1987: 315-377; Boyer 1991; Kremnitz
1988a: 8-9).
- Siguiendo esta estrategia, la
lengua dominada debería estar:
(i)
concebida según su definición más amplia posible para
que sea lo más fuerte posible.
(ii)
ligada a una identidad nacional, y
(iii)
provista de todas las características y herramientas de la
lengua vehicular dominante (con el fin de sustituirla).
La
normalización lingüística y gráfica occitanista se basó en un
Occitano “central” (i. e. “Languedociano”) combinado con el
“Occitano” medieval, y tratando de que se pareciese al catalán lo más
posible, reduciendo las fuertes divergencias entre los diversos
“dialectos”, pero acabó siendo tan extraño y complicado que los
hablantes ordinarios ni siquiera podían reconocer ni leer la lengua que
se suponía era la suya propia. Una parte importante de la “concienciación
nacional” que trataron de crear se basaba en lo siguiente:
(i) la historia de los Trovadores
y de la Cruzada Francesa contra los Albigenses, por medio de la cual el
rey francés tomó el País de Toulouse en el siglo XIII (e. g. Sède 1982
y Lafont 1971ª: 180; véase también Barthès 1987: 88-91; Kremnitz 1988ª:
6) a pesar de que este distante acontecimiento religioso sólo afecta a
una pequeña parte de “Occitania”; y
(ii) el uso erróneo constante
del Occitano (como identidad cultural o nacional) para el
“hablante occitano”que pronto llevó a la creación del concepto de “Occitania”
(como país o nación, de aquí la idea de “Gran Occitania” –e. b.
Lafont 1971ª; Armengaud y Lafont 1979; Anghilante 2000- según el modelo
de tantos imperialismos nacionalistas) y el uso regular erróneo del Occitano
por “Occitanista” (e. g. Kremnitz 1988; Boyer y Gardy 2001, entre
otros).
Estas confusiones en los discursos y textos produjo la impresión
de que todos los hablantes de las variedades reunidos bajo una “lengua
Occitana” poseían de hecho el sentimiento de ser occitanos (una
especie de identidad nacional o étnica –e. g. Armengaud y Lafont 1979),
que vivían en una especie de país unido llamado “Occitania”,
¡y que compartían el punto de vista occitanista etno-nacionalista sobre
su lengua, cultura, pueblo y país!
.
- Los llamados Occitanos
que no se sienten “Occitanos”, i. e., los hablantes que ni conocen ni
aceptan la “unidad de la lengua” son considerados como que tienen una
especie de “desorden mental” debido a su situación disglósica.
Se dice que son unos extraños para ellos mismos y para su lengua porque
su identidad ha sido pervertida por la dominación francesa: esta es la
teoría de “alienación étnica” (Lafont 1965-67; Kremnitz 1988ª:
14-16; Castela 1999) y de la “neurosis disglósica” (Lafont 1984ª).
Uno de los principales objetivos de la acción occitanista debería ser,
pues, “descolonizar” Occitania (Lafont 1971b; un resumen en Barthès
1988: 399-402 y Bayle 1973) y “desalienar” a los occitanos (Lafont
1970; Lafont 1971ª: 125-130 y 225-227; Kremnitz 1988: 15-16). Este
objetivo ha sido abordado por todos los medios políticos, i. e. por
maniobras políticas, por tres razones principales:
(i)
porque una gran mayoría de franceses del sur actualmente se
niegan a aceptar este programa (cuando saben que existe); los
occitanistas sólo constituyen un grupo muy reducido de militantes e
intelectuales muy activos: su principal asociación, el Institut d’Etudes
Occitanes ha tenido una media de solamente 1000 miembros durante los
últimos veinte años (Marti 1995: 116; Jeanjean 1992; véase Marcellesi
2003: 119 “en el caso del Occitano, el sueño de la uniformización
es compartido por una minoría muy reducida”);
(ii)
porque el occitanismo se encuentra con oponentes muy
poderosos tales como otros intelectuales, otros investigadores, otras
asociaciones e instituciones, incluso representantes locales del pueblo (véase
Bayle 1973; la respuesta de Mauron en 1983 al informe de Giordan; la
introducción del Alcalde de Pau en Moreux y Puyau 2002),
y simplemente los hechos
objetivos (la situación francesa es mucho más variada y muy diferente de
la española);
(iii)
como a menudo forma parte de determinadas clases de ideologías
y sistemas de creencias nacionalistas sostener que tienen razón por
encima de todo, tratan entonces de conseguir sus objetivos por medios no
democráticos o incoherentes, para “que la gente sea feliz a pesar de su
deseo (distorsionado)”
Maniobras políticas
Arrojemos una buena luz aquí sobre los tres ejes fundamentales de
las maniobras políticas occitanistas.
(i)
Uno de los más importantes está arraigado en la oposición
sistemática a los intelectuales provenzales y promotores de la lengua
(incluyendo las asociaciones), la
oposición al renacimiento provenzal a partir del siglo XIX, y las
características relacionadas (ortografía, escritos, normas lingüísticas,
actividades...), y lo que es más, a
la lengua Provenzal y
a las propias identidades. Evidencia de ello se puede encontrar ya en
Lafont 1954, que comenzó a difundir la visión de un Mistral que se suponía
que era “conservador” y con mucho menos talento de lo que normalmente
se cree, con el fin de deshacerse de este antepasado embarazoso (véase
también Lafont 1971ª: 137; Armengaud y Lafont 1979: 775; un buen resumen
de las posiciones anti Mistral en Bayle 1975: 137-139). La seria y
objetiva biografía de Mistral hecha por Mauron (1993) ha corregido esto
mucho después. En una escala más amplia, la famosa organización de
Mistral, el Félibrige, fue constantemente atacada y acusada de no
ser más que un grupo de burgueses tradicionalistas (Lafont 1971ª:
137-151; Pasquini 2001; un resumen en Barthès 1988: 415-416) cuya lengua
y acciones fueron presentadas como cada vez más distantes del pueblo (Garavini
1970: 144; Pasquini 1986: 109-110 y Pasquini 2001). Se dijo que habían
elegido su propio dialecto “inferior” provenzal local, muy influidos
por los franceses, para convertirlo en la norma de referencia para toda la
Lengua de Oc, y su sistema ortográfico se presentó como una mera
adaptación del francés, por tanto imposible de aplicar a cualquier otro
dialecto (e. g. Bec 1983: 107; Pasquini 2001; Kremnitz 2001: 30-31). Del
propio Mistral, porque su gloria podía ser útil, se dijo que había
preferido una especie de ortografía occitanista primero y haber sido
obligado a adoptar este otro sistema por su maestro Roumanille (Lafont
1972b: 18; Armengaud y Lafont 1979: 884; Kremnitz 2001: 30; véanse las
correcciones en Barthès 1987: 201-205 y Mauron 1993: 104-105).
El mero hecho de sentirse “provenzal” y no “occitano” se señalaba
como una traición que era resultado de la “ruptura” de la unidad
occitana por parte de los franceses... (e.g. la última palabra de Lafont
en Boyer y Gardy 2001: 468). La minimización de la posición de la lengua
provenzal, la ortografía y la fuerza cultural también ha sido una
estrategia constante occitanista. Sibille (2000: 36) escribe que “Una
fracción radical de los movimientos provenzalistas se niegan al consenso
[con los movimientos occitanistas] y sigue manteniendo la polémica
sobre estas cuestiones”. La llamada “fracción” resulta ser una
gran mayoría, de hecho (véase Blanchet 2002a). Lafont (1972b: 5 y 20)
afirma que la reforma ortográfica occitanista “ha tenido éxito
atrayendo a los nuevos escritores provenzales (...) cuya mayoría tienen
menos de cincuenta años”. Suele ser un argumento habitual por parte
de los occitanistas, el deseo de aparecer “modernos y triunfantes”,
pero esto no reside en datos básicos: por el contrario, cuando se recogen
datos objetivos, se revela que hasta el 90 por ciento de las asociaciones
provenzales en funcionamiento en 1990 y el 95 por ciento de los
escritores contemporáneos provenzales (incluyendo a los más jóvenes)
han elegido la ortografía provenzal “mistraliana” (Blanchet 2002ª:
16-20 y 117). Además, algunos de los escritores raros y famosos que
utilizaban la ortografía occitana acabaron por volver a la
“mistraliana” (e. g. S. Bec 1980).
Muchos estudios rigurosos (a menudo recientes) han demostrado que
casi todo esto es erróneo (véase Barthès 1987; Duchêne 1982 y 1986;
Mauron 1993; Calamel y Javel 2002; resúmenes
en Blanchet 1992 y 2002a). Esta estrategia de estigmatización se explica
por dos razones principales:
(a)
Mistral y su Félibrige eran tan famosos que fue
necesario desestabilizarlos con el fin de sustituirlos;
(b)
la “excepción” provenzal, con su ya adoptado sistema
ortográfico, sus diccionarios y libros de gramática, sus famosos
escritores, su red de asociaciones (aunque no relacionadas con el Félibrige),
su fuerte sentido de identidad regional junto con su total aceptación de
su lado francés, y sus originales principios de política lingüística, constituyeron –y siguen constituyendo- el principal obstáculo
a la propaganda y acción occitanista.
(ii) Otra maniobra política
occitanista importante se puede observar en sus discursos sobre partidos
políticos y sus enlaces con la Administración. Por diversas razones,
incluyendo su estrategia activa y sus visiones centralistas, los
partidarios occitanos siempre han tenido éxito para ser oídos por la
Administración central francesa en París. Concurrente con la famosa
“Ley Deixonne” de 1951 (sustituida ahora por otro texto) que permitió
enseñar “dialectos locales” en las escuelas francesas, el propio
nombre de Occitano se utilizó por vez primera: el nuevo Institut
d’Etudes Occitanes (IEO) se presentó a sí mismo como “nacido de
la Resistencia” y luego presentó a los otros movimientos
–principalmente el Félibrige provenzal- como una organización
conservadora culpable de haber “colaborado” más o menos con el régimen
de Pétain en Vichy y, por tanto, con los nazis (pero véanse “los cadáveres
en los armarios” más adelante). Esta tendencia a acusar a cualquier
persona u organización contradictoria de estar “aliada con las ideologías
y partidos políticos de extrema derecha” siempre ha sido muy utilizada
por los occitanistas (y difundida, véase Ager 1990). Lafont y Armengaud
(1979: 865) sostienen que al oponerse a Félibrige, el IEO se opone “a
los nostálgicos del régimen de Vichy”. Añaden (1979:868 y 901)
que “Fueron impartidos cursos de occitano por miembros de Félibrige
a los agentes alemanes de los servicios de seguridad”, sin ninguna
prueba en absoluto de esta afirmación, naturalmente. Regularmente aparece
la misma clase de acusación: Sumien (2000: 6) menciona un”breve y
misterioso período en que Mistral perteneció a la Acción Francesa”
(el partido nacionalista de derechas de Maurras que apoyó a Pétain), lo
que es completamente falso. En 1988, cuando organizaba su festival anual
en Gap, el importante movimiento provenzal llamado Unioun Prouvençalo
tuvo que dar un comunicado: fue acusado públicamente por parte de
militantes occitanistas de estar relacionado con el Frente Nacional (un
partido francés fascista), lo que es también una completa falsedad.
La Administración francesa no siempre ha seguido la información
occitanista (e. g. el ministro de educación habló sobre “las
lenguas de Oc” (en plural) en un texto oficial de 1976 y todavía
habla de “la lengua provenzal”
(entre las demás lenguas de Oc) en los programas oficiales
de 1988 para la enseñanza de lenguas regionales en las escuelas
secundarias. Pero la mayoría de las veces, la Administración central
francesa tiende a favorecer a los occitanistas: la Ley Deixonne, el
informe de Giordan de 1983 (bajo un gobierno de izquierdas) y otros
informes oficiales recientes; un intelectual occitanista fue nombrado por
el Ministro de Educación en 1995 Inspector General a cargo de
todas las lenguas regionales; el consejero técnico del Ministro de
Cultura francés a cargo del Charter Europeo fue presidente de la
sección parisina del IEO (1998-99, véase Sibille 2000); las dos personas
a cargo de las lenguas regionales en la Delegación General de la
Lengua Francesa y las Lenguas de Francia (oficina del Ministro de
Cultura) desde 2002 están relacionadas con el IEO (véase Cerquiglini,
Alessio y Sibille 2003)...
En otra escala, la Oficina Europea para Lenguas Menos Usadas,
una asociación sin ánimo de lucro fundada por la Unión Europea y que
opera como su oficina para las lenguas minoritarias, es de hecho un
conjunto de asociaciones de los estados miembros que son considerados como
comités nacionales de la Oficina Europea para Lenguas Menos Usadas.
El subcomité francés ha sido organizado por asociaciones militantes sin
ninguna transparencia, sin llamar a la participación, ni siquiera el
consejo de alguna institución democrática oficial (ni nacional ni
regional). Los occitanistas se han unido al comité francés desde el
principio. Cuando, en 1997, la asociación provenzal más representativa,
apoyada por el Presidente de la Región, pidió oficialmente ser admitida
en el comité en nombre del Provenzal (y no del Occitano), fue rechazada
sin más, aunque esta acción fuera ilegal según los estatutos tanto del
comité francés como de la oficina en Bruselas de la Oficina Europea
(Blanchet 2002b).
Podrían darse otros muchos ejemplos. Así, los puntos de vista
occitanistas dominan las fuentes de información y consiguen que se les
den por sentado.
(iii) Los movimientos e
intelectuales occitanistas, aunque se presentan a ellos mismos como
liberales, y a menudo impregnados de ideas izquierdistas o más o menos
marxistas, de hecho han sido acogidos por gobiernos de ambos lados del
pasillo. En los años 1970 y 1980 estaban más próximos a la izquierda (Jeanjean
1992). Pero comenzando con los años 1990, se asociaban a cualquier
administración, cualquiera que fuera el bando político que la dirigiera.
La región administrativa llamada “Languedoc-Rosellón” (alrededor de
Montpellier) ha sido gobernada por una coalición de partidos de derechas
junto con el Frente Nacional. El IEO y las Calandretas (escuelas
privadas bilingües organizadas por occitanistas) cooperaron con esta
administración para crear en 1999 un Centro Interregional de
Desarrollo del Occitano (CIRDOC) en la ciudad de Béziers, que tiene
un gobierno de derechas (véase el documento público de presentación del
CIRDOC). En 2001, R. Lafont y X. Lamuela, ambos investigadores de la
universidad occitanista, dieron su apoyo a una organización occitanista
fundada en Piamonte (Italia) y a su padre fundador F. Fontan, cuyo
nacionalismo occitano se basaba en una mezcla de racismo y marxismo
fascista (véase un estudio detallado en
Blanchet 2002c).
Esto nos lleva al clímax final: los cadáveres en el armario. El
IEO pretende tener sus raíces en la Resistencia (a los nazis), en
la primerísima línea de sus documentos oficiales, como repiten constante
y regularmente sus militantes (Kremnitz 2001: 35; Martel en Boyer y Gardy
2001: 374 o Petit 1983: 19); y también pretenden sustituir
por una nueva forma de acción, basada en la nueva ideología
liberal, a la anterior no occitanista supuestamente nostálgica del régimen
de Vichy (Armengaud y Lafont 1979:865). Sin embargo, L. Alibert, el
padre fundador del sistema occitano colaboró activamente con el régimen
de Vichy y los nazis y fue condenado a prisión e “indignidad
nacional” de por vida por dicha colaboración. La Sociedad de
Estudios Occitanos (SEO, la organización occitanista de aquella época)
se sintió atraída por la manipulación del “folclore” hecha por el régimen
de Vichy, envió cartas a Pétain para apoyarlo (Fourié 1995) y no lo
hizo mejor que el Félibrige. Por el contrario, tras la guerra, el Félibrige
expulsó a aquellos de sus miembros que fueron condenados por colaboración
con el enemigo (especialmente Charles Maurras, que se publicó en el
diario de SEO Oc en 1943 tal como demuestra Fourié 1995:25)
mientras que los occitanistas siguieron celebrando a Alibert y ocultando
su pasado mientras pudieron (el asunto fue revelado en periódicos
especiales entre 1995 y 2000, véase Lo Lugarn 69 1999 y 71, 2000.
Bagnosl-sur-Cèze: Partido Nacionalista Occitano, con un testimonio
importante de R. Lafont). Y son estas mismas personas, o por lo menos
algunas de ellas, las que transformaron la SEO en el Instituto de
Estudios Occitanos (IEO) en 1945 (Fourié 1995: 34-35 y Lo Lugarn
67 1999), lo que puede ser confirmado por el hecho de que las
publicaciones del SEO utilizaron
el nombre IEO ya en 1926 (véase Lo Lugarn 1995).
Todo esto también puede explicar por qué los occitanistas
persiguieron semejante estrategia tan vigorosa y eficiente de denunciar
abusivamente a los otros proponentes del renacimiento lingüístico del la
Francia “Occitana” del sur: era una buena manera de desviar el
escrutinio del IEO. Y esta estrategia fue eficaz, dando como resultado la
difusión monopolista del análisis occitanista.
El fracaso del occitanismo
El sistema intelectual, el análisis y la estrategia occitanistas
no se interrumpieron, ni siquiera disminuyeron, sino más bien aceleraron
un desplazamiento de la lengua ya en marcha, porque no tuvo ningún efecto
contundente sobre la gente, con la excepción de unos pocos grupos de
militantes en situaciones muy locales. No llegó a la gente porque no tuvo
en cuenta la verdadera situación sociolingüística, los hablantes, las
actitudes de la gente o los posibles objetivos realistas para la
revitalización de la lengua: la gente ni siquiera podía reconocer que
era su lengua de lo que se trataba, debido a su nombre extraño
(“occitano”), su extraña ortografía, su extraña ideología
etnonacionalista, que eran tan diferentes de lo que vivían y querían (e.
g. véase Dompmartin-Normand 2003 y Blanchet 1999, acerca de la enseñanza
del occitano). La peor parte es que, aunque el occitanismo tuvo poco éxito
(mayormente en Languedoc), creó una doble disglosia junto con el
francés: la gente se convenció de que era mejor abandonar su lengua
cotidiana, porque ni siquiera era aceptable comparada con la lengua
“oficial” regional normalizada promovida.
Ninguno de los seis primeros pasos de la revitalización de la
lengua identificados por Hinton (Hinton y Hale 2001: 6-7) se activó
realmente; solamente se intentó con los últimos tres pasos (del 7 al 9),
en una estrategia de arriba a bajo que estaba abocada al fracaso: uso de
la lengua como lengua fundamental entre unos pocos grupos de militantes y
escuelas, ampliación de su uso en (partes simbólicas de) dominios públicos
y fuera de la comunidad. Todo esto no podía revitalizar la lengua porque
no estaba afincada en los hablantes reales y en las percepciones sociales
reales, o en un programa masivo de aprendizaje de una segunda lengua y la
potenciación de prácticas culturales que fomentaran el uso de la lengua.
Pero todas estas acciones fueron rechazadas por los occitanistas porque
hubiera significado que aceptaban la realidad contra la que luchaban
(dialectos locales, ningún sentido de unidad de lengua y de identidad común,
influencia del francés en una sociedad bilingüe, lealtad a la variedad
local de la lengua francesa y a Francia, status de “segunda” lengua y
no “principal”, actividades tradicionales, etc.).
Lafont escribió (1971: 58): “una lengua no es más que la
forma hablada de una situación sociológica. El renacimiento o no del
occitano está ligado al deseo de la sociedad de Occitana de presentarse a
sí misma como que existe como tal”. La situación sociológica jamás
fue y jamás llegó a ser favorable a la existencia de esta lengua: la
sociedad de Occitania jamás existió ni fue realidad, y por tanto, el
renacimiento (o más bien el nacimiento) del occitano jamás tuvo lugar
(excepto como una lengua unificada virtual que los intelectuales
consideran divorciada de la realidad). Y estudios bastante recientes han
demostrado finalmente que ni siquiera las características puramente lingüísticas
no pueden demostrar la existencia del occitano, porque las variedades
romances que se supone que constituyen esta única lengua solamente tienen
una característica específica en común (la evolución de la –tr/dr
del latín al –ir, como en pater > paire). En
consecuencia, “el occitano no nació jamás” (Chambon y Greub
2002: 491).
Por esta razón, y también porque aparece más y más divorciado
de la evolución de las situaciones sociolingüísticas, debe evitarse
absolutamente una política lingüística inspirada en el occitanismo en
lo que al provenzal y a las otras verdaderas lenguas de Oc se
refiere.
Tratemos ahora de ver por qué los catalanistas insisten tanto en
anexarse el valenciano y, principalmente, cuál es la mejor política lingüística
(i. e. la mejor adaptada a la situación) que satisfaga la demanda de los
valencianos de su propia lengua, junto con las lenguas de las demás
personas que viven en la Comunidad, junto con el castellano y otras
lenguas internacionales, porque el multilingualismo y la comprensión
mutua son las claves del futuro.
Esta política debería tener lugar dentro de un marco democrático
y científico sólido, con el espíritu de un humanismo eficiente.
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